LA SOCIEDAD Y LA
EXISTENCIA DE DIOS
Numerosas teorías a lo largo de la historia han intentado
demostrar la existencia de Dios. Descartes decía que la idea de Dios es innata
en las personas. Santo Tomás argumentaba que la afirmación “Dios existe” es una
verdad evidente, pero no para nosotros; así se podrían rellenar folios y
folios. Pero hoy, en pleno siglo XXI, no hay ningún argumento convincente sobre
la existencia de Dios. La RAE define a un dios como un “ser supremo que en las
religiones monoteístas es considerado hacedor del universo”; sin embargo, la
teoría del “Big Bang” está cada vez más aceptada como explicación a la creación
del Universo.
Entonces, si es imposible probar la existencia de Dios, ¿por
qué desde tiempos inmemoriales se ha creído en un ser supremo? Desde mi punto
de vista, la respuesta a esa pregunta gira en torno al misterio de la muerte,
de lo desconocido. Los humanos no nos queremos resignar a pensar que, después
de morir, seremos cenizas o restos de materia orgánica; nos aterra. Queremos
pensar que iremos al cielo, que nos reuniremos con nuestros familiares muertos,
que resucitaremos, que nos reencarnaremos. Creo que hay mucha gente que se
plantea creer en Dios por miedo, por si existe Dios; porque si existe y no
crees, puede que vayas al “infierno”. Es una manera de buscar o encontrar el sentido
a la vida.
Yo no creo en Dios, pero me dan cierta envidia las personas que
creen de verdad en Dios (la mayoría de personas que conozco dicen que creen por
no parecer extrañas en un país creyente, ésas me producen lástima); éstas
encuentran en Dios, a menudo, una motivación en momentos difíciles, un sentido
a sus vidas. El creyente
tiene más seguridad en sí mismo, no se ve ante el abismo de dejar de existir en
el futuro. Estoy muy de acuerdo con el pensamiento de Carl Sagan con respecto a
que las creencias de un creyente “están basadas en una enraizada necesidad de
creer”. También con Feuerbach, que decía que no era el hombre el que había sido
creado a imagen y semejanza de Dios, sino que era el mismo Dios, el que había
sido creado a imagen y semejanza del hombre. Pienso que Dios es una invención
humana para darle un sentido a la vida, y, sobre todo, para darle un sentido a
la muerte.
Yo nunca he sido creyente convencido (de esos que van a misa
todos los domingos), pero sí que hasta hace unos años no me planteaba nada
sobre la existencia de Dios. Puede ser que en mi cabeza rondara una idea
similar a la de la “verdad evidente” de Santo Tomás; toda mi familia cree,
desde los 3 años he ido a un colegio jesuita y se me ha educado desde el ideal
de que no creer en Dios es algo malo. Cuando me empecé a plantear en serio mi
posible fe, fue en una visita hace 2 años a Covadonga. Fui con mi hermano
porque íbamos a subir a Los Lagos, ver la ascensión y ver el espectacular
paisaje de los Picos de Europa. Ya que estábamos, nos acercamos (con más
interés artístico y paisajístico que religioso) a ver el Santuario de
Covadonga, y un chico joven me hizo una encuesta sobre las religiones. Cuando
me preguntó si era creyente, ateo o agnóstico no sabía que responder. Mientras
estaba unos segundos pensando, el voluntario me preguntó si creía en un ser
superior creador del mundo. Esa pregunta fue más fácil para mí y, al instante,
respondí que no. El chico me dijo: “ateo entonces”. La encuesta siguió y
terminamos unos minutos después, pero esas palabras seguían retumbando en mi
cabeza. Era raro. Me había sentido ofendido, como si me hubiera insultado.
Estaba fuera de mis casillas, de mis estándares. No sé si en la sociedad en
general, pero, por lo menos, en mi caso particular, la palabra “ateo” tiene
connotaciones negativas, parece un insulto, y no debería ser así. El caso es
que el hecho de que alguien me dijera que era ateo, me hizo plantearme si yo
era de verdad ateo, si de verdad no creía. Y fue cuando llegué a la conclusión
de que sí que era ateo, y desaparecieron de mi cabeza las connotaciones
negativas de la palabra. Puede parecer una historia o una experiencia muy
tonta, pero estoy seguro de que entre mi núcleo de compañeros del colegio, si
les preguntas, casi nadie te diría que es ateo; sin embargo, son la excepción
los que creen en Dios (aunque casi todos se han confirmado). Prácticamente, ninguno
se ha querido plantear si cree de verdad, o si no cree de verdad; se confirman
por la inercia del grupo, porque piensan que si no igual decepcionarían a sus padres
o a sus abuelos, por los regalos… Son los mismos que si, por A o por B o por H,
les dijeras que has encontrado el sentido de tu vida en Alá, el dios de los
musulmanes, te dirían que estás loco; los mismos que no respetarían tu decisión
como si Alá no pudiera existir y Dios sí. Son los mismos que se consideran
cristianos y neoliberales a la vez, cuando se podría decir que la filosofía de
vida de Jesús era totalmente contraria al liberalismo. Es extraño. Es triste. Es
la sociedad actual, en la que lo raro es pensar, en la que lo raro es plantearse
las cosas.
Pues bien, la aceptación generalizada de la existencia de
Dios entre la sociedad, aunque (como se ha mencionado con anterioridad) sin
reflexionar profundamente sobre ello generalmente, produce una serie de consecuencias.
Podemos distinguir entre las consecuencias negativas y las positivas. La consecuencia
negativa más clara es la interpretación literal de su teórica palabra, sin
contextualizar lo que pudo decir la Biblia o el Corán (centrándonos en las dos
religiones con más adeptos) en el tiempo en los que están escritos. Así, el
cristianismo se ha negado en numerosas ocasiones a avances científicos y ha
perseguido a brillantes
intelectuales como Miguel Servet, Copérnico o Galileo. En el Islam, todavía en
la actualidad y cada vez con más fuerza, muchas personas van a la “yihad” (la
guerra santa) por su dios, siendo capaces de perder sus vidas por Alá. Esto,
también, como en el cristianismo, ha provocado (y provocará) la muerte de gente
inocente, como los ocho periodistas de Charlie Hebdo hace tan solo unos meses.
En cuanto a las consecuencias positivas, voy a destacar el efecto placebo de
Dios. Para ello, voy a utilizar unos ejemplos fáciles de entender: un futbolista
que, justo antes de tirar un penalti decisivo, se santigua, va a tener en su
mente que Dios le va a ayudar a golpear mejor el balón y, seguramente, tirará
mejor el penalti (la acción de Dios en esta situación es imposible porque, en
ocasiones, el portero también se santigua y es incompatible ayudar a los dos);
o, una persona que tiene fiebre y reza para que le baje, convencida de que Dios
se la bajará, seguramente se curará pronto porque el estado de ánimo es vital
para ese tipo de enfermedades. Esto ayuda a mucha gente a ser mejores personas,
a tener una vida mejor. Además, hay gente que sigue el ejemplo de la vida de
Jesús y su filosofía de vida (hacer el bien) para, al morir, ir al cielo. Mientras
la aceptación de la existencia de Dios en la sociedad sirva para guiar la vida
de muchas personas hacia valores positivos, este hecho sólo puede tener
consecuencias positivas. Si, por el contrario, la sociedad tiende a rechazar a
las personas que no tienen su misma religión y a caer en fanatismos sin sentido,
la existencia de las religiones y los dioses pueden causar marginación, dolor,
sufrimiento y muerte.
Este texto se ha realizado para un trabajo de la asignatura de Religión (si no`para rato lo hubiera escrito jeje).
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